lunes, 11 de febrero de 2013

(8) Cuentos Viejos



S
i algún día hubiera pensado en mi muerte sería este, solo por el simple y sencillo hecho de hallarme acostada en un lecho de plantas silvestres en una caverna que calificaría de mausoleo natural. El hada me miraba fijamente desde que abrí los ojos, tan cerca que era perfectamente definible el contorno de su iris. Sus enormes vistas se abrían, y sus pupilas se dilataban, quizá nunca había visto a alguien como yo tan cerca como esta vez estaba de ella. Sentía un abatimiento tan inconcebible que mi conciencia no quería dejarme pensar en ello. Por un momento me quedé perdida tratando de identificar el exacto color de sus ojos, pero ningún nombre que me pasara por la cabeza era el correcto, así que decidí dejarlo como violeta simplemente.
         Si tuviera vida que recordar pasaría por mi mente, un rayo de luz me cegó y me dije que era el último momento. Quise recordar la magnificencia del lugar, la perfecta luminosidad azul que daba un aspecto de nostalgia, el hoyo del techo por el cual esta mañana se derramaba un delicado hilo de agua, como un diamante líquido, los pétalos amarillos que caían perezosamente y tapizaban un pedazo de suelo. Lo que me hizo recordar la muerte de José Arcadio Buendía, en Cien años de soledad. Que extraño, un personaje de un libro me viene al pensamiento pero nada que me diga algo sobre lo que a mi respecta, es tan exacerbarte que a punto de dejar este mundo lo único que recuerde es la tormenta de flores de aquella maravillosa novela, y la soledad de juventud de Aureliano Buendía.
         Aquel instante pareció eterno, pero a penas pasó de dos o tres segundos. Sentí algo cálido en el pecho [Un pétalo derritiéndose] y la luz se desvaneció como si nunca hubiera existido, dejando la impresión de haber sido una ilusión borrosa. Y de nuevo vi los pétalos cayendo, meciéndose como las olas del mar en la más tremenda calma. Mi corazón se sobresaltó, latiendo con fuerza, emocionado al ver la delicadeza con la que tocaban el suelo y caminaban arrastrándose por el agua.
        

Ella estaba en la mecedora, junto a la ventana como siempre. Era una casa simple, una gran recepción, una sala que daba justo a la puerta del corral. Si te asomas desde la puerta puedes ver las caballerizas, y más lejos aún a las vacas comiendo. 
Estaban todos en su compañía, el lugar, que ahora se había llenado de sillas, se veía suspendido en un ambiente intangible, como si el tiempo se hubiera detenido, en cada sitio una persona sentada escuchando atentamente todas las anécdotas y aventuras de los abuelos.

-Una vez, en pueblo de Ameca había un señor que cada que se ponía borracho se la pasaba invocando al diablo, un día lo encontraron en medio de… hagan de cuenta que era un camino con árboles muy altos, que se juntaban en la parte de arriba- Mi abuelo paterno movía las manos dando un ejemplo visual, con el ceño fruncido- y estaba en medio de las ramas mas altas, lo bajaron y desde entonces quedo tartamudo y medio loco, cuando le preguntaban quien le había hecho eso respondía “ el diablo, el diablo”.

Todos mostraron caras de asombro, los más chicos de terror. Los niños buscaban protección detrás de sus madres.
Yo estaba sentada a un lado de mi abuela, que parecía volverse a interesar en la plática luego de un rato de no mostrar atención.
Estaban mis padres, mis cuatro abuelos, y sus hijos y los hijos de sus hijos. Me encantaba cuando la plática comenzaba a llenar el aire de suspenso, primero comienzan con las risas, luego pasan al miedo, y a mi me encantan las historias de terror, aunque luego tenga que dormir acurrucada, tapada hasta la cabeza y rezando padres nuestros para quitarme el miedo. No se, siempre ha habido una parte de mi que se interesa demasiado por ese tipo de cosas que uno no alcanza a comprender. ¿Si me entiendes no? es como la pregunta que te haces sobre la razón de tu existencia, comienzas a sentir que eres irreal y las preguntas te bombardean tanto y tan fuerte, que terminas con un terrible dolor de cabeza. Una vez, en mi clase de física elemental de segundo de secundaria, junto con mi amiga escritora, de la cual no hago mención de su nombre todavía, nos preguntábamos, junto con el maestro, el significado de tener un universo infinito, “Es que ¿todo está dentro de algo no? Pero… ese algo tiene que estar dentro de otro algo y eso dentro de otro algo…” siempre lo imaginé como peceras, pero quedó en mi cabeza como tumbándome cada que me encontraba sola en mi casa, recostada en mi cama mirando el techo… preguntándome cual era la razón de que algo no tuviera fin, tratando de imaginar sus dimensiones. Todo tal irreal como un sueño.

         -Sobre los párpados secos de los muertos…— escuché, mire a todos lados pero todos seguían como siempre, sin cambiar.
         Me levante de la silla y me dirigí hacia la puerta trasera, que iluminaba el cálido aire.

         “Viento, ¿por qué no mueves mis cabellos? Porque si lo hicieras también yo sería viento.”

         Cerré los ojos y dejé que hiciera de las suyas, caminando por mi rostro, borrando mi presencia y combinándose con mis párpados. Qué inútil… ¿no? Pero aún así me parece hermoso, como un deseo que se escurre de las manos, que derrite la presencia y deja a flor de piel los adentros.
        
         —Fhuuuu…—se me erizaron los vellos de la nuca.
    ¿Sabes lo estresante que es? Claro que no. —me contesté a mi misma. —supongo que nunca lo sabrás hasta que lo sientas, pero algún día, algún día.
    Fhuuuu…
    “Tengo muchas ganas de escuchar música, la más tranquila, y mecerme, dormir… , soñar con algo bonito y pensar que cerca de ahí estarás tu”

         No es muy bueno invocar a las personas que no están cerca, sobre todo si no tienen la culpa, sin embargo… no lo pude evitar, llegas a esa imagen sin querer, sin darte cuenta, y cuando yo me atreví  a mirar fijamente ya no estaba ahí, desapareció tal como neblina al amanecer, sonriente. Las lágrimas cayeron. “Pétalos”.

        

                                                                                                    
         “Pétalos” 

viernes, 11 de noviembre de 2011

Las galletas (7)editado!!


Se me entumían las manos, hacía demasiado frío. Lavé lo que pude del vestido y me puse solo el fondo, mis labios eran color lavada pálido.
Traté de dormir en una esquina dónde no circulaba mucho el  viento. 
Desde ahí mire al hada, personificación precisa del encanto del hielo, mientras se deshacía en su gélido pero esplendoroso mar de llanto, mis ojos se cerraron poco a poco, víctimas del cansancio y mis oídos difuminaron el sonido del agua incesante, lentamente hasta perderlo.
>>Que lindas se veían las hojas de los árboles con el roció.
Parecía que las hadas se habían tomado demasiado tiempo el día de hoy para lograr tan magnífico resultado. Toda la noche la lluvia atormentó el techo de la casa; las goteras llenaban cada lugar, al igual que los recipientes para las delicadas gotas. La casa de la abuela tenía ese olor tan indescriptible, me tranquilizaba estar ahí.

— ¿Quieres un poco de chocolate caliente? Le he hecho especialmente para esta ocasión, ya que hace frió y es perfecto para contar historias.

— ¿Historias de que tipo? ¿De terror? Me encanta escuchar y contar historias.

—Ah y para estas ocasiones quien mas que nosotras.

Mi querida abuela se encontraba sentada en una gran mecedora de madera,  a espaldas de la ventana, justo a un lado de esta; yo me encontraba viendo la ventana, esperando que llegara el para que conociera a mi segunda madre. Miré a mi derecha.

— ¿También quieres una taza? No necesitas ir tú, puedo hacerlo yo.

—Gracias. Si, también quiero una, me encanta la sensación de calidez.



—Voy por ellas, ahora mismo las traigo.

Me dirigí por la izquierda a la cocina, en el horno se encontraban unas galletas, hace rato que estaban en el horno, revisé que tan cocidos estaban pero aún no era tiempo.

—Casi están listas… Mami no veo las tazas.

—Están en la alacena, en el cajón de en medio.

—Ya las vi. ¿Quiere su chocolate con canela?—Le dije mientras escogía 3 tazas color negro de la alacena.

Alcanzaba a ver mi reflejo en su esmalte. Me apuré a servir el chocolate humeante y ponerlas sobre una charola. El olor era embriagante, delicioso.

—Toc… toc… toc…

— ¿Quién es?- Preguntó mi abuela desde la mecedora.

—Soy de la escolta real.

—Abuela, no se apure, yo abro.

Coloqué la charola en la mesa de centro y puse la coperta¹ sobre el regazo de mi querida abuela, con sus canas plateadas, sus pupilas dejaban ver que el tiempo no pasa en vano por el cause de la vida. Me miraba fijamente, sus ojos eran de un negro profundo (así lo sentía yo), le acomodé el cabello detrás de la oreja y me apresuré hacia la puerta.

—Hola…

—Hola. ¡Felicidades! Te traje un pequeño regalo.

Me sentía terriblemente nerviosa, traía puesto su uniforme, se acercó lentamente y me abrazó delicadamente, estaba feliz de que hubiera podido venir, no todos mis cumpleaños puede, siempre está trabajando.

—Bueno, pasen se van a helar ahí afuera— dijo la abuela desde la mecedora.

— ¡Si!—hubo una pequeña pausa mientras entrábamos al calor de la vivienda— ¿Quieres una taza de chocolate caliente?—Le dije mientras se sentaba en el sillón que daba a la chimenea del lado izquierdo a la mecedora— Puedes tomarla de la mesa de centro— Me dirigí hacia la cocina.

—Si, me sería grato.

Miré a través del vidrio del horno, las galletas estaban listas. Abrí la puerta, y saqué la charola con cuidado, los guantes de cocina eran muy acolchonados. Con el volteador las puse en un plato redondo color blanco. Tomé tres platos pequeños.

— Las galletas están listas.

Puse el plato en la mesa de centro,  tomé una taza y en el platito pequeño situé  tres galletas de chocolate, que delicia, se me hacía agua la boca. Me levante e hice lo mismo para mi abuela.

—Gracias hija— Las arrugas hacían surcos por su piel, como el agua cuando pasa mucho tiempo por el mismo lugar.

Me senté a un lado de el, con mi taza entre las manos, para calentarme, llevaba puesto un pantalón negro de mezclilla entubado, una gruesa chaqueta y unos zapatos verdes de tacón al igual que mi camisa.

—Ten, es para ti— extendió su mano hacia mi,  entregándome una caja de música. —Espero que te guste.

— ¡Gracias, es hermosa!—Estaba emocionada.

—Ábrela…—Le notaba un poco tímido.

—OH. Que hermoso, y la melodía… me encanta, en serio.

Al abrir la caja me encontré con un collar con un dije de cordis², la melodía me atrapaba en un espiral tranquilo y ceremonioso, tal como las hojas caen en otoño, pero pensé: Suena a estrellas. No tengo la menor idea de por que me sonaba de tal modo, pero me tambaleaba al escucharle.

—Déjame ver, me parece conocido el diseño— agregó mi abuela desde su mecedora, que se tambaleaba despacio con sus pies, tomando la kraga*entre sus manos — ¿Dónde lo conseguiste?

—Es de una herencia que me dejó mi abuela, me dijo que era para “ella”, así que supuse a quien.

—OH. — La cara de mi abuela denotaba extrañeza.

Tome un poco de chocolate y me llevé una galleta a la boca. Me parecía extraña aquella conversación, mi abuela no se llena de curiosidad con cualquier cosa.
Los ojos de ambos brillaban se una manera escalofriante, como un reto, pero con un aire de gracias. Todo esto me tenia impaciente.

—Y ¿Por qué no festejaste en el castillo, con tus padres?— Dijo el expresando que daba fin a esa conversación.

—Ammm pues… mis padres tuvieron que hacer un viaje, y no me quise quedar ahí, preferí venir aquí, quise invitar a Carmen, pero no pudo presentarse, mis otros abuelos tampoco pudieron y mi avus³ se quedó dormido hace una hora en su cuarto. Vaya explicación ¿No?...

—Muchas cosas, demasiadas.

—Hija, me iré a dormir, me siento muy cansada, pero quédense aplaticar. — Dio un especial énfasis a la palabra platicar.

—Si, ¿Quieres que te acompañe a tu cuarto?

—No gracias, estoy bien.

Se dirigió a su recamara lentamente, subiendo por las escaleras, éstas crujían descaradamente, haciendo que la casa pareciese aún más vieja de lo que era.
El me tomó la mano derecha y la besó al tiempo que se acercaba un poco más a mí.

—Eres… eres… desesperante, ¿Cómo puedes actuar de una manera tan cortés y cuando nos vemos solos cambias totalmente de personalidad?

—Pues… cuando estamos solos nada me detiene para ser un romántico, aunque a veces pienso que es mejor no estar así…

—Creo que nunca entenderé lo que piensas,  tal vez es por que no lo  dejas claro.

— ¿Quieres saber lo que pienso ahora?— Bajó su tono notablemente y se acerco a mi oído, con su nariz tocó mi oreja y susurro con sus cálidos labios al tiempo que yo deseaba no estar en esa situación.

—No entiendo lo que dices, me pones nerviosa… además se acalambra mi mano…

—Estas sobreactuando… lo que dije fue que quiero robarme un beso de tus dulces labios.

—No…—No quería responder— me estresa tu terquedad.  Además es peligroso, recuerda que hay dos lunas menguantes el  día de hoy.

—No me importa.

No podía respirar bien, la situación era raramente cálida, incomoda.

—Pero a mi si. Mejor cuéntame una historia de terror.

— ¿Cual quieres oír?

—La que quieras contarme. —Era reconfortante que cambiara el tema tan rápido, me pregunto qué panearía.

—Pues tendrás que escuchar completa esta leyenda, si terror quieres, terror tendrá. No habrá misericordia. Pero cuando te acerques temblando a mis brazos te diré “Es peligroso, hay dos lunas menguantes”. — Una risa atenuó la situación, supongo que ya no era una buena idea esto de las historias.
Una luz me despertó.



Coperta¹ (Italiano)- Cobija
Cordis² (latín)- Corazón
Kraga* (Islandés)- Collar
Avus³ (Latín)- abuelo

lunes, 15 de agosto de 2011

La Caverna (6) editado!!



Tomé con fuerza aquel cordis¹ y me levanté del suelo a pesar del clima, mis ojos ardían por el viento, pero di gracias por dejar de llorar, las nubes seguían oscuras y el cielo aún sollozaba.




Seguí el sendero, hace tiempo que no escuchaba más voz que mi pensamiento; hice un corazón con mis manos y miré a través de el hacia todos lados, bajé las manos al ver que la luna se asomaba de entre la nubes, los helechos seguían bailando al ritmo de la pioggia², moviéndose con la luna, aquella que siempre te sigue y encuentra dónde quiera que te escondas, un movimiento irregular de ideas llamó mi atención y seguí deambulando.
El camino se veía cada vez más largo, y la lluvia parecía cada vez más fuerte, mi cabeza no dejaba de dar vueltas por todos lados, tenía que descansar.
El piso empezó a ceder ante mi y el vacío entro como cobijo a mis pies aterrizando en un pelaje sedoso con un olor penetrante, me parecía familiar sin embargo. Bajé del sitio con extremo cuidado pensando que algo peligroso podría ser no hacerlo.
Una gigantesca bestia de colmillos afilados se encontraba durmiendo, de pelaje rubio, orejas largas y onduladas.
Había una luz especial, como si saliese del fondo del agua en el término de la caverna. Dirigí mí vista hacia arriba y solo se apreciaba un hoyo del cual caía aun un poco de polvo y tierra.
Me encontraba mojada, sucia, en un hoyo, con una stvorenge³ que podría comerme en cualquier momento y en ese momento en verdad me encontraba abierta a sugerencias.
Ahí si que hacía demasiado frío, podía ver mi aliento como un vapor ligero saliendo de mi boca; me abrasé y me hice un ovillo lo más lejos posible de la stvorenge³, un sollozo se escuchaba desde ahí, y una silueta halada contrastaba con la luz.
Me acerqué con sumo cuidado y alcancé a divisar a una mujer, como de mi altura, sentada sobre el agua. Me quité los zapatos para poder llegar hasta ahí y ver si podía hacer algo por ella.
Al tocar el agua ésta comenzó a congelarse haciendo un camino hasta ella rodeándola de frigidez, al estar lo suficientemente cerca de ella, como a dos metros de la orilla pude definir sus rasgos, su cabello blanco con tenues destellos azules, un vestido negro con tirantes plateados, haciendo una red alrededor de su pecho cuello y hombros, sus ojos, Dios mío, sus ojos eran violetas, en la cabeza llevaba puesta una corona de flores rojas color negro, en su espalda, frágiles y silenciosas se difuminaban unas alas negras casi transparentes, con un etéreo brillo plateado; su cabello era ondulado, le llegaba ocho dedos debajo de los hombros, enmarcando su bella cara de forma diamante y sus rasgos delicados y sutiles, una nariz pequeña, muy pequeña y unos diminutos labios morados por el frío, en medio de su pecho se apreciaba un lunar de luna menguante, miré el gélido entorno, de las paredes brotaba una delgada capa de agua, se limpiaba las lágrimas con sus pequeñas manos, parecía que se esforzaba mucho en no producir sonido alguno. Un olor a jazmines brotaba del agua y la envolvía ligeramente. Me puse el cabello a ambos lados del cuello para no perder calor. Lo sentía lacio y pegajoso. Cuando llegué al lado de aquella mujer me senté a un lado de ella, no tenía idea de cómo iniciar una conversación si ella tenía la cabeza agachada, mirando sus manos, no sabía que preguntarle, ni como reaccionaría a que una intrusa en su territorio tratara de platicar, así como así si una razón propiamente antecedida, ¿que le diría?, “Hola me llamo diana y me gustaría saber en que puedo ayudarte”, no, no creo que esa sea la manera, un fárrago  de posibles preguntas me llegó en ese momento, pero ninguna iba a corde con la situación, a ver, repasemos, me encuentro en una cueva, con un hada y una criatura con colmillos amenazantes, que en cualquier momento podría matarme.

­—No puedo creer que me hayas convencido de esto, es muy tonto— Me tenía tan harta que diría que si a cualquier cosa.

—Bueno, acércate— Su mirada me tenía pendiendo de un hilo.

Me tenía con el corazón latiendo rápido, tanto que sentía mi pulso en los labios, sentía como la sangre recorría las venas diminutas de mis dedos, tan rápido que me aturdía el sonido de mi pulso.




Sus manos se deslizaron lentamente por mi rostro, mientras yo trataba de no mirarle los ojos, creía que si lo miraba algo malo sucedería. Su pulgar rozó mi labio inferior mientras su cara se acercaba lentamente a mi, “maldito seas, maldito”, no podía evitar maldecirlo, mi confusión era demasiada, no podía creer que me había convencido, pero el idiota no quería regresarme el collar, ah como le encantaba robarme las cosas para luego hacer un intercambio que nunca sucedía, pero que en esta ocasión si le había funcionado.

—Solo es un beso, tranquilízate, respira profundo— Estaba tan cerca que su voz me daba escalofríos, hacía que temblara y me llenara de su siempre delicioso olor a canela y menta.

Probablemente mi cara parecía una manzana madura en esos momentos. A penas podía articular palabras, y éstas salían como un hilo.

—Eres un tonto si crees que es por algo mas que por la kraga¹*, eres desesperante, y tu olor… tu olor…— En ese momento sus labios tocaron la comisura de mi boca, me retiro de el tomándome de los hombros.

—Tienes razón, soy un tonto, pude haberte besado labbra* y no me atreví, no pude hacerlo… —me abrazó tan fuertemente que sentía como su corazón latía, fuerte, claro y aún así parecía ser el sonido mas hermoso del mundo.

Me sentía en la cárcel más tranquila, y su respiración era el sonido de la niebla entrando por debajo de la puerta nublando la vista del espejo.

Estábamos en la biblioteca, parados en frente de la mesa, sobre ella mi libro, y la silla estaba a un costado. Estaba atardeciendo y las grandes ventanas daban hacia el laberinto, tras nosotros.

—Pero…—Me costaba trabajo decirlo— aunque seas un tonto, aún así, mi corazón late rápido cuando estas conmigo.

Fijé la mirada en sus hermosos ojos, y chocamos la frente.


— ¿Disculpa?— Le dije tratando de ser amable.

—Shhh, ¿Quieres despertarla?, estás loca. — Respondió bastante rápido.

Creo que me estoy volviendo totalmente loca, una desquiciada, lo único que me falta es empezar a divagar, espera, eso ya lo estoy haciendo, Si estoy loca.
La manera en la que sollozaba silenciosamente me parecía extraña, como si quisiera que ni el viento se diera cuenta.
Pero… que mas da.
Me retiré de ahí, siguiendo el camino gélido, y luego
Mi cabello ahora llegaba al fin de mi espalda. Fui al lugar que sería donde me quitaría el peso de la suciedad muerta de mis presiones, al fondo de la cueva,  me sentía apenada, me quité el vestido, y comencé a lavarme, solo entonces me di cuenta de que mis rodillas estaban raspadas, y me percaté de los arañazos de las ramas y las piedras del camino.
Reconocí una raíz que se encontraba colgando de un hilo de las ramas, servía igual que un jabón, pero su olor era extraño, no sabría como describirlo acertadamente, una mezcla de tierra mojada y hierbabuena. La luz parecía calidamente fría, daba la sensación de un espacio abierto, sin asfixia, tranquilo.









Cordis¹ Corazón (latín)
Pioggia² Lluvia (Italiano)
stvorenge³ criatura (Croata)
kraga¹* collar (islandés)
Labbra* labios (Italiano)