viñedo y zarzamoras

Mi corazón latía tan fuerte que solo podía ver la mesa, y en aquel plato blanco las zarzamoras.
No me imagine que en verdad cumpliría su promesa, tal vez pensé que era demasiado absurdo como para hacerse realidad.
En mi mano izquierda tenía, bien agarrado, un libro de Elena Garro, "La semana de colores".

— ¿Que lees?— Pregunto con una naturalidad escalofriante, la copa de vino relucía entre sus manos.

— ¿Que hora es?

—Pues las 2: 45— Dijo con su inconfundible cara de preocupación disfrazada de sorpresa.

—No, así se llama una narrativa del libro— le dije entre sonrisas.

—Oh—sonrió ampliamente—¿Te gusto el viñedo?, esta un poco viejo, pero produce buen vino.

— ¡Si, me encantó!-puse la mano derecha sobre la mesa sin darme cuenta, pero luego me incorporé— me gusta su arquitectura, impresionante-me puse seria.

—Tiene tal vez 150 años, se pasa por generaciones—su vista se perdió sobre mi hombro, tal vez una pena pasajera.

Tomé la cuchara y me llevé la última zarzamora congelada a la boca, dulce, con cu irresistible amarguito. Creo que el viaje a Francia fue demasiado, ojala no hubiera hecho esa promesa, ahora estaría acostada en mi cama viendo el techo. De abajo de su silla sacó algo envuelto y me lo dio, como siempre que hacía eso, evitando mi mirada.

—Para tus aficiones— me miró esperando que dijera algo.

— ¡Gracias!, ¿Como supiste que...?—Era una de mis novelas favoritas.

—Colmillo Blanco, cuando en la biblioteca mencionaste que te gustaba mucho, y lo pusiste en tu lista de "libros a comprar"- un tono rosado inundó nuestras mejillas al momento de mirarnos.

El silencio ahogaba las palabras, el sol brillaba calidamente, las 2 sillas de metal -una frente a la otra- me recordaban el bosque y las flores silvestres, al igual que la mesa de 3 patas, color verde olivo.

— ¿Quieres ir a caminar?—se llevo el brazo a la nuca, me gusta como se veía con camisa blanca de botones, se arremangaba las mangas por el calor.

—Si, —No se me ocurrió algo inteligente que decir, además quería ver el viñedo completito.

— ¿Que quieres ver primero?—sus ojos no me dejaban pensar, por suerte ya sabía a dónde quería ir.

—La bodega de barriles ¿Puedo llevar mi cámara?—era un buen sitio para fotografiar, me apetecía algo diferente.

—Esta bien, ¿Te acompaño? o prefieres ir sola- lo último parecía más una afirmación que una pregunta.

—Si quieres... si no importa—creo que mi voz estaba un poco temblorosa, a penas audible.

Me tomó de la mano, mi corazón era un humo de recuerdos y de sensaciones. Corrimos bajo la sombra de los árboles gigantes del jardín, por aquel camino de tierra sepia, mi camisa parecía un vestido corto revoloteando sobre mi short a la rodilla, lo bueno es que la mezclilla combina con la tela y el color amarillo. Dejé los libros sobre la cama, y para aquel momento el ya tenía la cámara en la mano.
Las fotos eran buenas, a mi me gustaron.

— ¿Que hora es?

—Las 5, ¿quieres comer?

—Si, la señora Francella- la cocinera- me dijo que la comida sería una sorpresa.

Esta vez comimos frente a las vides, otro juego de una mesa y dos sillas igual al del jardín.
Sus manos eran suaves, puso su brazo a mi costado y besó mi frente.

-Eres un tonto, yo no me se enamorar.-no puedo negar que me cosquilleó el estómago.

Recorrió con su palma mi frente quitándome el cabello del rostro y volvió a besarme en el mismo sitio.

—No hace falta que lo sepas, eso es algo natural, mi corazón palpita por el tuyo tanto como las cosechas a las lluvias.

— ¿Nunca escaparé de ti verdad?- Escondí mi cara bajo su brazo.

—No creo que puedas, pero si no me correspondes no insistiré más. Pero si en verdad sientes algo por mi como yo por ti puedo enseñarte el arte de viñedos y zarzamoras, hacer que te enamores con un buen libro y un paisaje.

— ¿Y que pasa si ya encontré mi paisaje favorito?

— ¿Querrías decirme cual es?

—Con una condición, quiero un sorbo de tu vino favorito.

—Esta bien.

—Cualquier paisaje que reflejen tus ojos.

—El pato a la naranja está listo— Francella gritó desde varios metros atrás.

Tocó mi nariz con su índice mientras yo apretaba mis ojos, ojala me hubiera quedado viendo el techo. Acarició mi cabello unas cuantas veces y chocó su frente con la mía. Pidió una copa de su vino favorito, yo como acordamos solo tomé un sorbo, feliz de la vida al pensar que el mismo sabor tenían sus rosados labios.

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